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martes, 9 de julio de 2013

¡Secuoyas! (cuarto día)

Hay tres especies vivas de secuoyas: las secuoyas gigantes (Sequoiadendron giganteum), las secuoyas rojas (Sequoia sempervirens) y las secuoyas del alba o metasecuoyas (Metasequoia glyptostroboides). Las últimas son originarias de China, pero las dos primeras son oriundas de California. En el Parque Nacional de Sequoia abundan las primeras, mientras que las segundas son más comunes en Redwood National and State Park, que están al norte del estado. Las secuoyas rojas (o redwood, como las llaman aquí) son más altas que las gigantes. ¿Por qué se llaman gigantes, entonces? Mientras las rojas son más esbeltas, con forma de abeto o pino silvestre, las gigantes tienen unos troncos mucho más voluminosos y que les dan su característica forma: aunque más bajas, su cantidad de biomasa supera de largo a la de las rojas.

Después de nuestro estupendo desayuno, salimos zumbando rumbo al sur del parque. Paramos en el primer mirador, apenas a seis millas del campamento, y ya nos encontramos con los primeros árboles gigantescos. Creemos que eran redwoods, aunque no muy grandes. Bueno, eso según con qué se compare, claro. Aquí podéis comparar uno de esos árboles con Sofi:

Fijaos en Sofi saludando, abajo a la derecha.
Seguimos bajando por la Generals Highway, viendo atónitos como los árboles se iban haciendo más y más grandes. Después de siete millas encontramos Lost Groove, la primera acumulación visible de secuoyas gigantes —la más cercana sería Redwood Mountain Groove, pero se encuentra en la falda de la sierra y no se ve bien desde la carretera—.


Aquí pudimos tranquilamente aparcar y empezar a fotografiar y abrazar secuoyas:

Sofi intenta, infructuosamente, abrazar una secuoya gigante.
A ver si me veis.
También pudimos explorar los huecos gigantes, normalmente producto de incendios forestales:

Y ahora, dentro del hueco.
Y ya que hemos mencionado los incendios: si creéis que todo incendio forestal es malo, estáis muy equivocados. Si hay algo que aprendes en este parque es que las secuoyas pueden crecer tanto y hacerse tan masivamente grandes gracias a los incendios forestales: estos gigantes raramente arden ya que están de lo más preparados para resistir el fuego, gracias a su gruesa corteza. De hecho, analizando los anillos de crecimiento, se ha visto que es justo después de un gran incendio cuando las secuoyas crecen más.

Una vez cansados de fotografiar las mismas secuoyas una y otra vez, decidimos seguir bajando hacia Giant Forest, que es donde está el General Sherman, el árbol más grande del mundo. No es el más alto, su altura de 84 m es superada por otras secuoyas —la secuoya gigante más alta mide 95 metros y muchas rojas pasan ampliamante los 100 metros—. Pero su circunferencia de más de 30 metros y un volumen total de biomasa de casi 1500 metros cúbicos hacen de él el más grande.

General Sherman. De lejos, casi no se ven las personas a sus pies...
Aunque el tráfico por el parque está permitido, en la zona cercana al General no está permitido pararse ni estacionar. Un par de millas arriba y abajo hay unos aparcamientos gratuitos, con un servicio de autobús (también gratuito) que lleva a las distintas zonas del parque, incluyendo el General Sherman. No es de extrañar, claro, que alrededor del árbol hay mucha, muchísima gente caminando, lo que a veces es un poco fastidioso.

Por supuesto, para hacerse la foto de rigor hay que hacer la cola pertinente. Y la foto no termina de hacer justicia: el arbol es mucho, mucho más grande de lo que parece. Cosas de la perspectiva:

De cerca se ven mejor (las personas), pero no sale todo el árbol.
Para evitar aglomeraciones, no hay nada mejor como hacer lo que los estadounidenses más temen: caminar. Cerca del General Sherman hay una pista de tres/cuatro millas muy agradable llamada Congress Trail. Se llama así porque dentro se encuentran The Senate (el Senado), The House (la Casa), The President, etc. Creo que pilláis la idea, ¿no?


Como podéis observar, el concepto de «camino» forestal se lo toman tan en serio que muchas veces deberían decir «carretera»: he visto calles de Houston peor asfaltadas que el Congress Trail.

Aunque hacíamos muchas gracias sobre ello, la verdad es que el asfalto no le resta un ápice de belleza al paisaje que te rodea: no todos los días puedes pasear por el interior de un bosque de secuoyas. Recalco la palabra «bosque». No es lo mismo estar debajo de un par de secuoyas que pasear por un bosque lleno de estos gigantes.

Como os podéis imaginar estábamos la mar de contentos: ¡estábamos viendo secuoyas gigantes! Así que lo que tocaba era corretear alegremente por el camino...


y abrazar cuantos árboles pudiésemos (si es que se dejan):

Es muy difícil abrazar un árbol de veinte metros de perímetro...
... así que mejor, simplemente, dejarse caer.
La pista es muy relajada de recorrer, y aunque corta en distancia, es extensa en zonas que contemplar y maravillarse. Merece la pena, pues, hacer un paseo lento, pausado, tomándose su tiempo en contemplar cada gigante que queda a los lados del sendero, pasar bajo un buen número de «puentes» de troncos caídos, explorar los inmensos huecos producto del fuego y, claro, mirar hacia arriba para ver cómo las ramas formar un techo magnífico cien metros sobre el suelo.

¡Holaaaa! (¿Dónde está Sofi?).

Y, para que no se diga, aquí os dejamos con los más ilustres habitantes de Giant Forest. Primero The President que con sus 74 metros de altura y 28 de diámetro es el segundo árbol más grande del mundo (en pugna con General Grant, dependiendo de cómo se calcule el volumen: si se cuentan las ramas o si no).

The President. Sea el segundo o el tercero no deja de ser un pedazo de árbol.
Cerca se encuentra el Senado, con un interior mucho más interesante que el de cualquier senado de verdad:

El interior del Senado.
Y para terminar, claro, el Congreso:


Salimos de la pista y volvimos a la zona del General Sherman. Allí, lanzamos la última mirada al Giant Forest:

La última mirada al Giant Forest.
Volvimos a la parada de autobús para volver al centro de visitantes y seguir en coche hacia Moro Rock (un mirador hacia el valle), Tunnel Log (un túnel para coches hecho en el tronco de una secuoya caída) y las praderas de Crescent Meadows.

Ese día vimos muchos bichos, ardillas, lagartos, los ciervos... pero lo mejor fue ve un animal que, desde que fuimos a Yellowstone el año pasado, ha permanecido esquivo a nuestra cámara:


En efecto, comiendo tranquilamente al lado de la carretera vimos a un joven ejemplar de Ursus americanus, más conocido como oso negro, al que parecía importarle poco que nosotros, y todo quisqui que pasaba por allí, estuviésemos sacándole fotos como posesos. Suerte que teníamos el superobjetivo, porque estaba un poco lejos y nos costó un poco sacarle esta foto medio decente.

Todavía anonadados por la visión del osezno, iniciamos el ascenso hacia Moro Rock, un domo granítico que se eleva ofreciendo una magnífica vista de San Joaquin Valley, Sierra Nevada y el Great Western Divide. Esta es, creo, la línea que divide Norteamérica en dos tramos, según sea la cuenca de desagüe de sus ríos: los que desembocan en el pacífico están al oeste y los que desembocan en al Atlántico al este.

Iniciando la subida.
Mirador hacia el sur, hacia la mitad del camino.
Existe una escalera cincelada en 1930 (la original, ya abandonada, se construyó en 1917) y que, superando momentos de cierto vértigo, permite llegar a la cima del domo y disfrutar de una vista de 360 grados de Sierra Nevada. Al vértigo hay que añadir la poca educación de mucha gente, que en tramos estrechos no se apartan (dejándote haciendo piruetas al borde del camino, o sea, del precipicio). Aquí también comprobamos que muchos americanos, con un «excuse me» ya lo arreglan todo: te empujo, te aparto y paso yo, pero como «lo siento» pues no pasa nada. Es curioso, se cruzan delante de ti en el supermercado y te piden perdón, pero eso no les impide empujarte en un camino de menos de un metro de ancho para pasar antes. Pidiendo perdón, eso sí.

Gracias a la gorra no se me ve la cara de miedo...
Las vistas te dejan sin respiración (sin la poca que queda después de la subida).
Bajado el domo tomamos el coche hacia Tunnel Log:


y las praderas de Crescent Meadow:


Estuvimos estudiando la idea de dar otro paseo por las praderas, pero se estaba haciendo tarde y nos quedaba un rato hasta el cámping, así que tras 10 minutos decidimos dar la vuelta, previa parada en Lost Groove, donde nos encontramos varios ciervos correteando tan panchos entre las secuoyas:


Y para terminar el día, nada mejor que protegerse de las frías noches de Sierra Nevada con un buen fuego. Es curioso, en Estados Unidos el fuego está permitido, incluso en parques nacionales: todas las parcelas de cámping tienen un pequeño sitio acondicionado para hacer fuego, con parrilla incluida. También es curioso que en un país en el que les encanta asar cosas en el fuego, no sean capaces de encender uno sin líquido combustible (léase gasolina y/o disolvente): os podéis imaginar el regusto tan rico que deja en la comida. Nosotros no es que seamos unos hachas haciendo fuego, pero la madera que venden aquí está tan seca que casi prende acercando una cerilla. Usando la castiza técnica de periódicos con piñas y ramitas, no tienes el más mínimo problema en encenderlo. Normalmente, tan básica habilidad te hace quedar como un experto boy scout delante de los asombrados ojos de los americanos que te contemplan.

Esa noche, asamos perritos y, de postre, unos marshmallows: no sabrán hacer fuego, pero los estadounidenses saben qué hacer con un fuego. En eso, admitimos, son unos maestros.



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