¡Escucha el «tren de texas»!

viernes, 12 de julio de 2013

El próximo viaje

Interrumpimos nuestra emisión del viaje a California para informarles de lo que será nuestro próximo roadtrip (es decir, viaje por carretera, en coche).

Hoy llegan Belén y Jose y nos vamos de viaje a ver el oeste central de EE.UU. Por esa zona está lo mejorcito: los parques nacionales del Cañón del Colorado, Bryce Canyon, Canyonlands, Arches, Monument Valley, Petrified Forest o White Sands, por nombrar algunos de los que visitaremos, amén de ciudades que hay que ver como Las Vegas, Santa Fe o Roswell y, por supuesto, recorreremos parte de la histórica Ruta 66.


Hemos calculado que en total serán 4600 millas (7400 kilómetros), más o menos la distancia entre Madrid y Moscú.

Estaremos 15 días en la carretera con el tiempo pegado al culo, así que no vamos a tener tiempo de actualizar esto como a nosotros nos gusta. Así que hasta que volvamos no habrá nuevas actualizaciones.

Sentimos las molestias que esto pueda causarles, pero les compensaremos no sólo terminando las entregas de California (queda hablar del parque nacional de Yosemite y San Francisco), sino además hablando del nuevo viaje que, ya entonces, habremos finalizado.

Y sin más terminamos esta comunicación al estilo del monigote de Hilario Pino: buenas noches noches a todos todos.

miércoles, 10 de julio de 2013

Cadáveres de secuoyas (quinto día)

Amaneció nuestro segundo día en Sequoia & Kings Canyon National Park, después de que nuestros vecinos de cámping nos diesen la nochecita. Unos con corridos a todo volumen hasta las once de la noche (la música estaba prohibida desde las diez), y otros con una conversación a alto volumen hasta las doce. A estos últimos, que estaban en la parcela de al lado, tuvimos que echarles la peta (o similar) para que se callasen.

Por la mañana, después de desayunar y recoger los bártulos (cambiábamos de cámping) salimos hacia la zona de Horse Camp (por la que anduvimos perdidos la noche que llegamos) y Buck Rock (una montaña de 2300 metros). En realidad, queríamos cambiar de paisaje y ver las extensas llanuras cercanas a la montaña y al campamento de Big Meadows, que en invierno se convierte en una zona para practicar el esquí de fondo.

Según tomamos el desvío desde Generals Highway, el paisaje empezó a cambiar de forma dramática. Los enormes árboles empezaron a perder altura, hasta casi desaparecer, de forma que las grandes llanuras se iban abriendo paso.

El altiplano de Big meadows.
El paisaje, claro, no era tan espectacular como en los bosques de secuoyas, y la carretera pronto se convirtió en un camino sin asfaltar lleno de baches que había que pasar yendo muy muy lento. Además, durante el camino había muchas zonas de acampada libre, por lo que había que extremar las precauciones, ya que los animales podían estar al acecho detrás de cada árbol:

¿Niños lentos?
Una vez recorrido el círculo, pusimos rumbo al norte, recorriendo la carretera 180 hasta Kings Canyon. 

Por supuesto, de camino, estaba General Grant Groove, una zona con medio centenar de secuoyas gigantes. Pensamos que, al estar tan al norte del parque, la afluencia de gente sería menor que en Giant Forest. Craso error: nunca creas que vas a estar sólo en un parque nacional de EE.UU. Fue llegar al aparcamiento y ver los dos autobuses de turistas y enseguida comprendimos que de solos nanai. Más aún, había más gente incluso que en los alrededores del General Sherman.

Folleto en mano, listos para recorrer la senda.
Una vez recogido el folleto, nos pusimos en marcha: aquello parecía más un parque temático que un parque natural.

Pero bueno, había secuoyas, que nos tenían embobados. El efecto sorpresa había desaparecido, pero siempre hay algo nuevo que te sorprende: en este caso se trataba del Fallen Monarch (El Monarca caído), una gigantesca secuoya que se encuentra caída (y muerta) desde que se conoce. El tronco, además se encuentra hueco, a causa de incendios antes de que el árbol cayese, por lo que puedes pasar de un lado a otro del camino usando su interior como atajo:

Sofi en lo que fue la parte inferior del árbol.
En el interior del Fallen Monarch. En ningún momento tuve que agacharme.
El camino es poco más de un tercio de milla, salpicado aquí y allá por secuoyas gigantes, muchas de las cuales tienen nombre de estados: Nevada, Iowa, Missouri... Creo que nos está afectando el chauvinismo tejano, porque nos pareció casi un insulto que no hubiese ninguna secuoya llamada Texas.

El General Grant (en homenaje a Ulysses S. Grant) es la segunda/tercera secuoya más grande del mundo, por delante/detrás de The President: 82 metros de altura y casi 33 de perímetro.

El general se alza imponente.
Una vez visto, seguimos hacia el norte, aunque volvimos a desviarnos hacia Converse Basin Groove, aunque nosotros le llamábamos «El cementerio de secuoyas». Tomamos un sendero que conducía al Chicago Stump. Es un tocón de una antigua secuoya (llamada General Noble) que se taló en 1892 para la Exposición Universal de Chicago de 1893. El árbol estaba entre los treinta más grandes del mundo. Es mismo año, la zona de Converse Basin fue declarada zona protegida incluyéndola en la Reserva Forestal de Sierra Nevada, poniendo fin a la destrucción de la zona. Hasta entonces muchos árboles gigantes habían caído víctimas del ferrocarril y de la industria maderera (no había dicho todavía que la madera de secuoya es resistente a las termitas, lo que la hacía muy codiciada como material de construcción).


Esta parte del parque del bosque, ahora sí, estaba fuera de los destinos turísticos típicos. Se notaba, aparte de en la ausencia de visitantes, en que la carretera sin asfaltar y completamente descuidada. Al cabo de un rato nos dimos cuenta de que cada vez con más frecuencia notábamos ramas que golpeaban en los laterales del coche: el camino se estaba cerrando. Parecía como si los árboles se estuviesen volviendo hostiles, como en los cuentos de Algernon Blackwood.

¡Socorrooo, que nos atacan!
El camino, aunque incómodo de recorrer, era bastante molón. Daba la impresión de conducir por un cementerio de secuoyas: a un lado y a otro se veían tocones y restos calcinados de lo que años atrás fueron gigantes. A veces llegaba incluso a ser un poco tétrico.


Viendo que el camino seguía y seguía, y que el famoso tocón no aparecía, decidimos rendirnos y dar la vuelta, que todavía nos quedaba llegar a Kings Canyon, buscar un nuevo camping y montar el chiringuito. Por cierto, pinchando aquí podéis ver una foto del tocón de Chicago.

Camino a Kings Canyon nos paramos a repostar en la que indicaba era «las bombas de gasolina más antiguas de Estados Unidos». Eran unas bombas de gravedad de 1928 realmente molonas, aunque aprovechando que eran la última gasolinera del valle los pecios estaban por las nubes (a cinco dólares el galón). Encima me hice un lío y pedí ocho galones (estaba pensando en litros). A lo tonto terminamos llenamos como medio depósito a precio de oro.


La carretera a Kings Canyon sigue la corriente principal de Kings River y su forca sur. A lo largo del puerto puede verse cómo se van alzando las cumbres de Spanish Mountain, Obelisk y Wren Peak, arañando los 3000 metros de altura.


Kings Canyon es uno de los cañones más profundos de Norteamérica, oscilando entre 700 y 2500 metros. A modo de comparación, decir que el cañón del Colorado «sólo» llega hasta 1800 metros de profundidad. La zona en la que bajamos al agua —cerca de donde los afluentes medio y sur del río convergen y se convierten en la corriente principal— se encuentra a unos 1200 metros de profundidad:


Sorprende lo cristalina que es el agua, que permite ver ese verde casi esmeralda del fondo del río, particularmente bonito a la luz del sol poniente.


Llegamos atardeciendo al campamento de Canyons View (si no recuerdo mal), que estaba prácticamente vacío. La zona de aquí es preciosa, y aunque las secuoyas gigantes habían desaparecido millas atrás, los frondosos bosques de formados por sugar pines o pinos de azúcar (Pinus lambertiana) y pequeños redwood y otras coníferas son frescos y acogedores.

Una vez montada la tienda y recogida la leña para la fogata, fuimos visitados por nuestros vecinos: uno se quejaba de que alguien le había robado los tacos de las ruedas de su caravana. Otra, visiblemente ebria y copa de vino en mano, vino muy amable a ofrecernos unos troncos que tenían para alimentar nuestro fuego.

Después de cenar judiones con tomate acompañados del habitual kalimotxo, nos fuimos a dormir. Al día siguiente nos esperaba un viaje hasta el Parque Nacional de Yosemite.

martes, 9 de julio de 2013

¡Secuoyas! (cuarto día)

Hay tres especies vivas de secuoyas: las secuoyas gigantes (Sequoiadendron giganteum), las secuoyas rojas (Sequoia sempervirens) y las secuoyas del alba o metasecuoyas (Metasequoia glyptostroboides). Las últimas son originarias de China, pero las dos primeras son oriundas de California. En el Parque Nacional de Sequoia abundan las primeras, mientras que las segundas son más comunes en Redwood National and State Park, que están al norte del estado. Las secuoyas rojas (o redwood, como las llaman aquí) son más altas que las gigantes. ¿Por qué se llaman gigantes, entonces? Mientras las rojas son más esbeltas, con forma de abeto o pino silvestre, las gigantes tienen unos troncos mucho más voluminosos y que les dan su característica forma: aunque más bajas, su cantidad de biomasa supera de largo a la de las rojas.

Después de nuestro estupendo desayuno, salimos zumbando rumbo al sur del parque. Paramos en el primer mirador, apenas a seis millas del campamento, y ya nos encontramos con los primeros árboles gigantescos. Creemos que eran redwoods, aunque no muy grandes. Bueno, eso según con qué se compare, claro. Aquí podéis comparar uno de esos árboles con Sofi:

Fijaos en Sofi saludando, abajo a la derecha.
Seguimos bajando por la Generals Highway, viendo atónitos como los árboles se iban haciendo más y más grandes. Después de siete millas encontramos Lost Groove, la primera acumulación visible de secuoyas gigantes —la más cercana sería Redwood Mountain Groove, pero se encuentra en la falda de la sierra y no se ve bien desde la carretera—.


Aquí pudimos tranquilamente aparcar y empezar a fotografiar y abrazar secuoyas:

Sofi intenta, infructuosamente, abrazar una secuoya gigante.
A ver si me veis.
También pudimos explorar los huecos gigantes, normalmente producto de incendios forestales:

Y ahora, dentro del hueco.
Y ya que hemos mencionado los incendios: si creéis que todo incendio forestal es malo, estáis muy equivocados. Si hay algo que aprendes en este parque es que las secuoyas pueden crecer tanto y hacerse tan masivamente grandes gracias a los incendios forestales: estos gigantes raramente arden ya que están de lo más preparados para resistir el fuego, gracias a su gruesa corteza. De hecho, analizando los anillos de crecimiento, se ha visto que es justo después de un gran incendio cuando las secuoyas crecen más.

Una vez cansados de fotografiar las mismas secuoyas una y otra vez, decidimos seguir bajando hacia Giant Forest, que es donde está el General Sherman, el árbol más grande del mundo. No es el más alto, su altura de 84 m es superada por otras secuoyas —la secuoya gigante más alta mide 95 metros y muchas rojas pasan ampliamante los 100 metros—. Pero su circunferencia de más de 30 metros y un volumen total de biomasa de casi 1500 metros cúbicos hacen de él el más grande.

General Sherman. De lejos, casi no se ven las personas a sus pies...
Aunque el tráfico por el parque está permitido, en la zona cercana al General no está permitido pararse ni estacionar. Un par de millas arriba y abajo hay unos aparcamientos gratuitos, con un servicio de autobús (también gratuito) que lleva a las distintas zonas del parque, incluyendo el General Sherman. No es de extrañar, claro, que alrededor del árbol hay mucha, muchísima gente caminando, lo que a veces es un poco fastidioso.

Por supuesto, para hacerse la foto de rigor hay que hacer la cola pertinente. Y la foto no termina de hacer justicia: el arbol es mucho, mucho más grande de lo que parece. Cosas de la perspectiva:

De cerca se ven mejor (las personas), pero no sale todo el árbol.
Para evitar aglomeraciones, no hay nada mejor como hacer lo que los estadounidenses más temen: caminar. Cerca del General Sherman hay una pista de tres/cuatro millas muy agradable llamada Congress Trail. Se llama así porque dentro se encuentran The Senate (el Senado), The House (la Casa), The President, etc. Creo que pilláis la idea, ¿no?


Como podéis observar, el concepto de «camino» forestal se lo toman tan en serio que muchas veces deberían decir «carretera»: he visto calles de Houston peor asfaltadas que el Congress Trail.

Aunque hacíamos muchas gracias sobre ello, la verdad es que el asfalto no le resta un ápice de belleza al paisaje que te rodea: no todos los días puedes pasear por el interior de un bosque de secuoyas. Recalco la palabra «bosque». No es lo mismo estar debajo de un par de secuoyas que pasear por un bosque lleno de estos gigantes.

Como os podéis imaginar estábamos la mar de contentos: ¡estábamos viendo secuoyas gigantes! Así que lo que tocaba era corretear alegremente por el camino...


y abrazar cuantos árboles pudiésemos (si es que se dejan):

Es muy difícil abrazar un árbol de veinte metros de perímetro...
... así que mejor, simplemente, dejarse caer.
La pista es muy relajada de recorrer, y aunque corta en distancia, es extensa en zonas que contemplar y maravillarse. Merece la pena, pues, hacer un paseo lento, pausado, tomándose su tiempo en contemplar cada gigante que queda a los lados del sendero, pasar bajo un buen número de «puentes» de troncos caídos, explorar los inmensos huecos producto del fuego y, claro, mirar hacia arriba para ver cómo las ramas formar un techo magnífico cien metros sobre el suelo.

¡Holaaaa! (¿Dónde está Sofi?).

Y, para que no se diga, aquí os dejamos con los más ilustres habitantes de Giant Forest. Primero The President que con sus 74 metros de altura y 28 de diámetro es el segundo árbol más grande del mundo (en pugna con General Grant, dependiendo de cómo se calcule el volumen: si se cuentan las ramas o si no).

The President. Sea el segundo o el tercero no deja de ser un pedazo de árbol.
Cerca se encuentra el Senado, con un interior mucho más interesante que el de cualquier senado de verdad:

El interior del Senado.
Y para terminar, claro, el Congreso:


Salimos de la pista y volvimos a la zona del General Sherman. Allí, lanzamos la última mirada al Giant Forest:

La última mirada al Giant Forest.
Volvimos a la parada de autobús para volver al centro de visitantes y seguir en coche hacia Moro Rock (un mirador hacia el valle), Tunnel Log (un túnel para coches hecho en el tronco de una secuoya caída) y las praderas de Crescent Meadows.

Ese día vimos muchos bichos, ardillas, lagartos, los ciervos... pero lo mejor fue ve un animal que, desde que fuimos a Yellowstone el año pasado, ha permanecido esquivo a nuestra cámara:


En efecto, comiendo tranquilamente al lado de la carretera vimos a un joven ejemplar de Ursus americanus, más conocido como oso negro, al que parecía importarle poco que nosotros, y todo quisqui que pasaba por allí, estuviésemos sacándole fotos como posesos. Suerte que teníamos el superobjetivo, porque estaba un poco lejos y nos costó un poco sacarle esta foto medio decente.

Todavía anonadados por la visión del osezno, iniciamos el ascenso hacia Moro Rock, un domo granítico que se eleva ofreciendo una magnífica vista de San Joaquin Valley, Sierra Nevada y el Great Western Divide. Esta es, creo, la línea que divide Norteamérica en dos tramos, según sea la cuenca de desagüe de sus ríos: los que desembocan en el pacífico están al oeste y los que desembocan en al Atlántico al este.

Iniciando la subida.
Mirador hacia el sur, hacia la mitad del camino.
Existe una escalera cincelada en 1930 (la original, ya abandonada, se construyó en 1917) y que, superando momentos de cierto vértigo, permite llegar a la cima del domo y disfrutar de una vista de 360 grados de Sierra Nevada. Al vértigo hay que añadir la poca educación de mucha gente, que en tramos estrechos no se apartan (dejándote haciendo piruetas al borde del camino, o sea, del precipicio). Aquí también comprobamos que muchos americanos, con un «excuse me» ya lo arreglan todo: te empujo, te aparto y paso yo, pero como «lo siento» pues no pasa nada. Es curioso, se cruzan delante de ti en el supermercado y te piden perdón, pero eso no les impide empujarte en un camino de menos de un metro de ancho para pasar antes. Pidiendo perdón, eso sí.

Gracias a la gorra no se me ve la cara de miedo...
Las vistas te dejan sin respiración (sin la poca que queda después de la subida).
Bajado el domo tomamos el coche hacia Tunnel Log:


y las praderas de Crescent Meadow:


Estuvimos estudiando la idea de dar otro paseo por las praderas, pero se estaba haciendo tarde y nos quedaba un rato hasta el cámping, así que tras 10 minutos decidimos dar la vuelta, previa parada en Lost Groove, donde nos encontramos varios ciervos correteando tan panchos entre las secuoyas:


Y para terminar el día, nada mejor que protegerse de las frías noches de Sierra Nevada con un buen fuego. Es curioso, en Estados Unidos el fuego está permitido, incluso en parques nacionales: todas las parcelas de cámping tienen un pequeño sitio acondicionado para hacer fuego, con parrilla incluida. También es curioso que en un país en el que les encanta asar cosas en el fuego, no sean capaces de encender uno sin líquido combustible (léase gasolina y/o disolvente): os podéis imaginar el regusto tan rico que deja en la comida. Nosotros no es que seamos unos hachas haciendo fuego, pero la madera que venden aquí está tan seca que casi prende acercando una cerilla. Usando la castiza técnica de periódicos con piñas y ramitas, no tienes el más mínimo problema en encenderlo. Normalmente, tan básica habilidad te hace quedar como un experto boy scout delante de los asombrados ojos de los americanos que te contemplan.

Esa noche, asamos perritos y, de postre, unos marshmallows: no sabrán hacer fuego, pero los estadounidenses saben qué hacer con un fuego. En eso, admitimos, son unos maestros.